SOBRE LA RESTAURACIÓN DE LA FILOSOFÍA CRISTIANA
Carta encíclica del Papa León XIII, promulgada el 4 de agosto de 1879
IMPORTANCIA DE LA FILOSOFÍA SANTO TOMÁS DE AQUINO RESTAURACIÓN DE LA
FILOSOFÍA DE SANTO TOMÁS DE AQUINO
El hijo unigénito del Eterno Padre, que apareció en la tierra para salvar el
linaje humano e iluminarlo con la divina sabiduría, hizo muy grande y admirable
beneficio al mundo cuando, estando para ascender de nuevo al cielo, mandó a los
apóstoles que fuesen a enseñar a todas las gentes[1], y dejó a la Iglesia, que
él había fundado, por común y suprema maestra de los pueblos. Pues los hombres,
a quienes la Verdad había libertado, debían ser conservados por la verdad; ni
hubieran durado por largo tiempo los frutos de las celestiales doctrinas por los
que se logró la salvación para el hombre, si Cristo Nuestro Señor no hubiese
constituido un magisterio perenne para instruir los entendimientos en la fe;
pero la Iglesia, ora por estar animada con las promesas de su divino Fundador,
ora por imitar su caridad, de tal suerte cumplió su mandato que tuvo siempre por
mira, y fue su principal deseo, el enseñar la religión y luchar perpetuamente
con los errores. Tal es la finalidad de los diligentes trabajos de cada uno de
los Obispos, de las leyes y decretos promulgados en los Concilios, y, sobre
todo, de la cotidiana solicitud de los Romanos Pontífices, a quienes, como a
sucesores del bienaventurado Pedro -Príncipe de los Apóstoles- en el primado,
pertenecen el derecho y deber de enseñar y confirmar a sus hermanos en la fe.
-Pero como, según el aviso del Apóstol, poor la filosofía y la vana falacia[2]
suelen ser engañadas las mentes de los fieles cristianos y es corrompida la
sinceridad de la fe en los hombres, los supremos pastores de la Iglesia siempre
juzgaron ser también propio de su misión promover con todas sus fuerzas las
ciencias que merecen tal nombre, y a la vez proveer con singular vigilancia para
que las ciencias humanas se enseñasen en todas partes según la regla de la fe
católica; y en especial la filosofía, de la cual sin duda depende en gran parte
el buen método de las demás. Ya Nos, Venerables Hermanos, os advertimos
brevemente esto mismo, entre otras cosas, cuando por primera vez Nos dirigimos a
vosotros por Nuestra primera Encíclica; pero ahora, por la gravedad del asunto y
la condición de los tiempos, Nos vemos compelidos por segunda vez a tratar con
vosotros de establecer para los estudios filosóficos un método que no sólo
corresponda perfectamente al bien de la fe, sino que sea el exigido por la misma
dignidad de las ciencias humanas.
IMPORTANCIA DE LA FILOSOFÍA
AUN PARA LA VERDADERA FE Y PARA LA TEOLOGÍA
RAZÓN - FE
APOLOGISTAS Y SANTOS PADRES
ESCOLÁSTICOS
2. Si alguno fija su atención en la tristeza de nuestros tiempos y examina
reflexivo el modo de ser de la vida pública y de la privada, descubrirá sin duda
que la causa fecunda de los males, tanto de los que ya nos oprimen, como de los
que tememos, está en que los perversos principios sobre las cosas divinas y
humanas, emanados hace tiempo de las escuelas filosóficas, han penetrado en
todos los órdenes de la sociedad, siendo recibidos por los más con un pleno
acatamiento. Al ser natural que el hombre en su acción tenga por guía a la
razón, si en algo falta la inteligencia, fácilmente peca también en lo mismo la
voluntad; y así acontece que la perversidad de las opiniones, cuyo asiento está
en la inteligencia, influye en las acciones humanas y las pervierte. Por lo
contrario, si el entendimiento del hombre está sano y se apoya firmemente en
sólidos y verdaderos principios, producirá muchos beneficios de pública y
privada utilidad.
Ciertamente no atribuimos tal naturaleza y autoridad a la filosofía humana que
la creamos suficiente para rechazar y arrancar todos los errores; pues así como,
cuando al principio fue instituida la religión cristiana, el género humano fue
restituido a su dignidad primitiva mediante ala luz admirable de la fe,
difundida no con las persuasivas palabras de la humana sabiduría, sino en la
manifestación del espíritu y de la verdad[3], así también al presente debe
esperarse principalísimamente del omnipotente poder de Dios y de su auxilio, que
las inteligencias de los hombres, disipadas las tinieblas del error, vuelvan a
la verdad. -Pero no se han de despreciar ni posponer los auxilios naturales que,
por beneficio de la divina sabiduría que dispone fuerte y suavemente todas las
cosas, están a disposición del género humano, entre cuyos auxilios consta que el
principal es el recto uso de la filosofía. No en vano imprimió Dios la luz de la
razón en la mente humana; y la añadida luz de la fe dista tanto de apagar o
disminuir la virtud de la inteligencia, que antes bien la perfecciona y,
aumentadas sus fuerzas, la hace hábil para mayores empresas.
Exige, pues, el orden de la misma Providencia, que se pida apoyo aun a la
ciencia humana, al llamar a los pueblos a la fe y a la salud: método plausible y
prudente que los monumentos de la antigüedad atestiguan haber sido practicado
por los preclarísimos Padres de la Iglesia. Estos acostumbraron a atribuir a la
razón una parte no pequeña y muy importante, que brevemente compendió el gran
Agustín, atribuyendo a la ciencia... aquello con que la fe salubérrima... se
engendra, se alimenta, se defiende, se fortifica [4].
AÚN PARA LA VERDADERA FE
3. En primer lugar, la filosofía, si se emplea debidamente por los sabios, puede
en cierto modo allanar y facilitar el camino a la verdadera fe y prepara
convenientemente los ánimos de sus alumnos a recibir la revelación; por lo cual,
con toda razón fue llamada por los antiguos, ora previa institución a la fe
cristiana [5], ora preludio y auxilio del cristianismo[6], ora pedagogo del
Evangelio[7].
Y, en verdad, nuestro benignísimo Dios, en lo que toca a las cosas divinas, por
la luz de la fe no nos manifestó solamente aquellas verdades para cuyo
conocimiento es insuficiente la humana inteligencia, sino que nos manifestó
también algunas, no del todo inaccesibles a la razón, de suerte que, al
sobrevenir la autoridad de Dios, inmediatamente y sin ninguna mezcla de error,
se hicieran a todos manifiestas. De aquí que aun los mismos sabios paganos,
iluminados tan sólo por la razón natural, hayan conocido, demostrado y defendido
con argumentos convenientes algunas verdades que, o se proponen como objeto de
fe divina, o están unidas por ciertos estrechísimos lazos con la doctrina de la
fe. Porque -dice el Apóstol- los atributos invisibles de Dios resultan visibles
por la creación del mundo, y por las cosas hechas resultan inteligibles tanto su
eterna potencia como su divinidad [8], y los gentiles que no tienen ley...
muestran, sin embargo, la obra de la ley escrita en sus corazones[9].
Luego es sumamente oportuno el que estas verdades, conocidas aun por los mismos
sabios paganos, se utilicen en provecho y utilidad de la doctrina relevada, para
que, en efecto, se manifieste que hasta la humana sabiduría y el testimonio
mismo de los adversarios favorecen a la fe cristiana; modo de obrar, que consta
no haber sido recientemente introducido, sino que es antiguo y usado muchas
veces por los Santos Padres de la Iglesia. Aun más; estos venerables testigos y
custodios de las tradiciones religiosas reconocen como una alegoría de esto y
casi una figura en el hecho de que los Hebreos, al salir de Egipto, recibieran
mandato de llevar consigo los vasos de oro y plata -junto con vestidos
preciosos- de los Egipcios, para que, cambiado repentinamente su uso, se
dedicara a la religión del Dios verdadero todo aquello que antes se había
empleado en los ignominiosos ritos de la superstición. Gregorio de Neocesarea[10]
alaba a Orígenes, porque con admirable destreza convirtió muchos conocimientos
tomados ingeniosamente de las máximas de los infieles, como dardos casi
arrebatados a los enemigos, en defensa de la filosofía cristiana y en perjuicio
de la superstición. Tanto Gregorio de Nacianzo [11] como Gregorio Niseno[12]
alaban y aprueban en Basilio Magno el mismo modo de disputar, y Jerónimo lo
celebra grandemente en Quadrato, discípulo de los Apóstoles, en Arístides, en
Justino, en Ireneo y otros muchos[13]. Y Agustín dice: ¿No vemos con cuánto oro
y plata, y con qué vestidos salió cargado de Egipto Cipriano, doctor suavísimo y
mártir beatísimo? ¿Con cuánto Lactancio? ¿Con cuánto Victorino, Optato, Hilario?
Y para no hablar de los vivos, ¿con cuánto innumerables griegos?[14].
Verdaderamente, si la razón natural dio tan óptima semilla de doctrina aun antes
de ser fecunda con la virtud de Cristo, mucho más abundante la produciría
ciertamente después que la gracia del Salvador restauró y enriqueció las fuerzas
naturales de la humana mente.
Y ¿quién no ve que con este modo de filosofar se abre un camino llano y fácil
para la fe?
4. Sin embargo, no queda encerrada sólo en estos límites la utilidad que dimana
de aquella manera de filosofar. Y realmente, las páginas de la divina sabiduría
reprenden gravemente la necedad de aquellos hombres que, arrancando de los
bienes visibles, no supieron conocer al que es, ni considerando las obras
reconocieron quién fuese su artífice... [15]. Así, en primer lugar, es grande y
excelentísimo fruto que se recoge de la razón humana, el demostrar que hay un
Dios: pues por la grandeza y hermosura de la criatura se podrá por el
entendimiento venir al conocimiento del creador de ellas [16].
Después demuestra (la razón) que Dios sobresale singularmente por la reunión de
todas las perfecciones, primero por la infinita sabiduría a la cual jamás puede
ocultarse cosa alguna, y luego por la suma justicia, a la cual nunca puede
vencer afecto alguno perverso, por lo mismo que Dios no sólo es veraz, sino
también la misma verdad, incapaz de engañarse o de engañar. Clara es, por lo
tanto, la consecuencia de que la razón humana conceda plenísima fe y autoridad a
la palabra de Dios.
Igualmente la razón declara que la doctrina evangélica brilló aun desde su
origen por ciertos prodigios, como argumentos ciertos de la verdad; y que, por
lo tanto, todos los que creen en el Evangelio no creen temerariamente, como si
siguiesen doctas fábulas [17], sino que con un homenaje plenamente racional
sujetan su inteligencia y su juicio a la divina autoridad. Ni es de menor
importancia el que la razón ponga de manifiesto que la Iglesia, instituida por
Cristo -estableció el Concilio Vaticano-, por su admirable propagación, eximia
santidad e inagotable fecundidad en todas las regiones, por la unidad católica,
e invencible estabilidad, es un grande y perenne motivo de credibilidad, y
testimonio irrefragable de su divina misión[18].
Y PARA LA TEOLOGÍA
5. Afirmados ya así estos solidísimos fundamentos, todavía se necesita un uso
perpetuo y múltiple de la filosofía para que la sagrada teología tome y revista
la naturaleza, hábito e índole de verdadera ciencia. En ésta, la más noble de
todas las ciencias, es grandemente necesario que las muchas y diversas partes de
las celestiales doctrinas se reúnan como en un cuerpo, para que cada una de
ellas, convenientemente ajustada en su lugar, y deducida de sus propios
principios, esté relacionada con las demás por una conexión oportuna; por
último, que todas y cada una de ellas se confirmen con sus propios e invencibles
argumentos.
Ni se ha de pasar en silencio o estimar en poco aquel más diligente y abundante
conocimiento de las cosas que se creen, y aun cierta inteligencia más clara de
los mismos misterios de la fe, que Agustín y otros Santos Padres alabaron y
procuraron conseguir, y que el mismo Concilio Vaticano juzgó fructuosísima [19].
Conocimiento e inteligencia que ciertamente conseguirán más perfecta y
fácilmente quienes con la integridad de la vida y el amor a la fe reúnan un
ingenio adornado con las ciencias filosóficas, pues de modo especial enseña el
Concilio Vaticano que esta misma inteligencia de los sagrados dogmas conviene
tomarla ya de la analogía de las cosas que naturalmente se conocen, ya del
enlace de los mismos misterios entre sí y con el fin último del hombre [20].
6. Por último, a las ciencias filosóficas pertenece también el defender
religiosamente las verdades enseñadas por la revelación y el oponerse a quienes
se atrevan a impugnarlas. Y en ello, es gran privilegio de la filosofía el que
sea considerada baluarte de la fe y como firme defensa de la religión. Como
atestigua Clemente Alejandrino: La doctrina del Salvador es por sí misma
perfecta y de ninguna necesita, pues es la virtud y sabiduría de Dios. La
filosofía griega, al unirse a ella, no hace más poderosa la verdad; mas por
hacer débiles los argumentos de los sofistas contra aquélla, y rechazar las
engañosas asechanzas contra la misma, fue llamada ajustado muro, cerca y
valladar de la viña[21]. Y es que, así como los enemigos del cristianismo, para
pelear contra la religión, toman muchas veces de la razón filosófica sus
instrumentos bélicos, así los defensores de las ciencias divinas toman del
arsenal de la filosofía muchas cosas con que poder defender los dogmas
revelados. Y no se ha de juzgar que sea pequeño el triunfo de la fe cristiana
porque las armas de los adversarios, preparadas por arte de la humana razón para
hacer daño, sean rechazadas poderosa y prontamente por la misma humana razón.
7. Especie de religioso combate usado ya por el mismo Apóstol de las Gentes,
como lo recuerda San Jerónimo, escribiendo a Magno: Pablo, capitán del ejército
cristiano y orador invicto, al defender la causa de Cristo, hasta una
inscripción vista al azar la convierte literariamente en argumento de la fe;
porque había aprendido del verdadero David a arrancar la espada de manos de los
enemigos, y a cortar la cabeza del soberbio Goliat con su propio puñal [22]. Y
la misma Iglesia no solamente aconseja, sino que manda también que los doctores
católicos pidan este auxilio a la filosofía. Pues el Concilio quinto de Letrán,
luego de establecer que toda afirmación contraria a la verdad de la fe revelada
es completamente falsa, porque jamás la verdad se opone a la verdad [23], manda
a los maestros de filosofía que se ocupen con todo cuidado en deshacer los
argumentos especiosos; porque, como dice Agustín, si se da una razón contra la
autoridad de las divinas Escrituras, por muy aguda que sea, engaña con semejanza
de verdad, pues no puede ser verdadera[24].
RAZÓN - FE
8. Más, para que la filosofía sea capaz de producir los preciosos frutos que
hemos referido, de todo punto es necesario que jamás se aparte de las sendas que
siguió la venerable antigüedad de los Padres y que aprobó el Concilio Vaticano,
con su solemne autoridad. Siendo claro principio que se deben aceptar muchas
verdades del orden sobrenatural que superan en mucho a la capacidad de toda
inteligencia, la razón humana, conocedora de su propia debilidad, no se atreva a
pretender cosas superiores a ella, ni a negar las mismas verdades, ni a medirlas
por su propia capacidad, ni a interpretarlas a su antojo; antes bien, debe
recibirlas con plena y humilde fe y tener a sumo honor el que, por beneficio de
Dios, le sea permitido servir como esclava y servidora a las doctrinas
celestiales y de algún modo llegarlas a conocer.
Pero en las otras doctrinas, que la humana inteligencia puede percibir
naturalmente, es muy justo que la filosofía use de su método, de sus principios
y argumentos; mas no de tal modo que parezca querer sustraerse a la divina
autoridad. Aun más; como quiera que las cosas conocidas por revelación gozan de
una verdad indiscutible, y como las que se oponen a la fe pugnan también con la
recta razón, debe tener presente el filósofo católico que violará a la vez los
derechos de la fe y de la razón, si abrazare algún principio que entendiera
oponerse a la doctrina revelada.
Muy bien sabemos que no faltan quienes, ensalzando más de lo justo las
facultades de la naturaleza humana, defienden que la inteligencia del hombre, al
someterse a la autoridad divina, cae de su natural dignidad, queda ligada y como
impedida de suerte que no puede llegar a la cumbre de la verdad y de la
excelencia. -Pero doctrinas son éstas llenas de error y de falacia; y su propia
finalidad es que los hombres, con suma necedad y no sin pecado de ingratitud,
repudien las más sublimes verdades y espontáneamente rechacen el beneficio de la
fe, de la cual aun para la sociedad civil brotaron las fuentes de todos los
bienes. Pues, al ser obligada la razón humana a límites precisos y muy
estrechos, queda sujeta a muchos errores y a la ignorancia de muchas cosas.
Por lo contrario, la fe cristiana, al apoyarse en la autoridad de Dios, es
maestra muy cierta de la verdad; y quien la sigue, ni se enreda en los lazos del
error, ni es zarandeado por las olas de inciertas opiniones. Por ello, quienes
unen el amor a la filosofía con la sumisión a la fe cristiana, son los mejores
filósofos; porque el esplendor de las divinas verdades, al penetrar en el alma,
auxilia a la misma inteligencia, a la cual no quita nada de su dignidad, sino
que la añade muchísima nobleza, agudeza y firmeza.
Y, cuando ocupan la perspicacia del ingenio en rechazar las sentencias que
repugnan a la fe y en aprobar las que concuerdan con ésta, ejercitan digna y
utilísimamente la razón; pues, en lo primero, descubren las causas del error y
conocen el vicio de los argumentos, en los que aquéllos se fundan; y, en lo
último, se asimilan la fuerza de las razones con que a todo hombre prudente se
demuestra sólidamente y se persuade la verdad de dichas sentencias. Si alguien
niega que con tal actividad y ejercicio se aumenta la potencia de la mente y se
desarrollan sus facultades, necesario es que absurdamente pretenda que la
distinción de lo verdadero y lo falso no conduce al perfeccionamiento del
ingenio. Con razón el Concilio Vaticano recuerda con estas palabras los
excelentes beneficios que la fe presta a la razón: La fe libra y defiende a la
razón de los errores, y la instruye en muchos conocimientos [25]. Por ello el
hombre, si fuera cuerdo, no culparía a la fe como enemiga de la razón y de las
verdades naturales, antes bien debería dar dignas gracias a Dios, y alegrarse
vehementemente de que, entre las muchas causas de la ignorancia y en medio de
las olas de los errores, le haya iluminado aquella fe santísima, que como una
estrella amiga le muestra seguro el puerto de la verdad, sin ningún temor a
errar.
APOLOGISTAS Y SANTOS PADRES
9. Y, si dirigís, Venerables Hermanos, una mirada a la historia de la filosofía,
comprenderéis que todo cuanto poco ha hemos dicho se comprueba con los hechos. Y
es cierto que entre los antiguos filósofos, cuando carecían del beneficio de la
fe, aun los considerados como más sabios erraron pésimamente en muchas cosas.
Bien sabéis cuántas cosas falsas e indecorosas, cuántas inciertas y dudosas
entre algunas otras verdaderas, enseñaron sobre la naturaleza verdadera de la
divinidad, sobre el primer origen de las cosas, sobre la gobernación del mundo,
sobre el conocimiento divino de las cosas futuras, sobre la causa y principio
del mal, sobre el último fin del hombre y la eterna bienaventuranza, sobre las
virtudes y los vicios, y sobre otras doctrinas, cuyo verdadero y cierto
conocimiento es lo más necesario al género humano. Por lo contrario, los
primeros Padres y Doctores de la Iglesia, que entendieron muy bien cómo por
decreto de la divina voluntad el restaurador de la ciencia humana era también
Jesucristo, que es la virtud de Dios y la sabiduría de Dios[26], y en el cual
están escondidos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia[27], se cuidaron de
investigar los libros de los antiguos sabios y comparar sus opiniones con las
doctrinas reveladas, y con prudente elección abrazaron entre aquéllas las que
vieron perfectamente dichas y sabiamente pensadas, enmendando o rechazando las
demás. Pues así como Dios, infinitamente próvido, suscitó para defensa de la
Iglesia mártires fortísimos, pródigos en magnanimidad, contra la crueldad de los
tiranos, así a los falsos filósofos o herejes opuso varones grandísimos en
sabiduría que defendiesen, aun con el apoyo de la razón, el depósito de las
verdades reveladas. Y así, desde los primeros días de la Iglesia, la doctrina
católica tuvo adversarios muy hostiles que, burlándose de los dogmas e
instituciones de los cristianos, sostenían que había muchos dioses, que la
materia del mundo careció de principio y de causa, y que el curso de las cosas
se regía por una fuerza ciega y por una necesidad fatal, pero sin ser dirigido
por el providente consejo de Dios.
Ahora bien: con estos maestros de disparatada doctrina disputaron oportunamente
aquellos sabios que llamamos Apologistas, quienes, guiados por la fe, usaron
también argumentos tomados de la sabiduría humana con los que probaron que debe
ser adorado un solo Dios, excelentísimo en todo género de perfecciones, que con
su omnipotente virtud sacó de la nada todas las cosas, las cuales subsisten por
su sabiduría que a cada una mueve y dirige a sus propios fines. -Ocupa el primer
puesto entre éstos San Justino, mártir, quien después de haber asistido -como en
plan de experimento- a las más célebres escuelas de los griegos, y después de
haberse convencido de que, según él mismo confiesa, sólo en las doctrinas
reveladas puede beberse la verdad a boca llena, abrazándolas con todo el ardor
de su espíritu, las purgó de calumnias, las defendió con energía y elocuencia
ante los Emperadores Romanos, y a ellas adaptó no pocas opiniones de los
filósofos griegos. Lo mismo hicieron excelentemente por este tiempo Quadrato y
Arístides, Hermias y Atenágoras.
Ni menor gloria consiguió por el mismo motivo Ireneo, mártir invicto, Obispo de
Lyon, quien, habiendo refutado valerosamente las perversas opiniones de los
orientales, que los Gnósticos habían propagado por todo el imperio romano,
explicó, según San Jerónimo, el origen de cada una de las herejías y de qué
fuentes filosóficas dimanaron[28].
Todos conocen las disputaciones de Clemente de Alejandría, que el mismo Jerónimo
celebra así con todo honor: ¿Qué hay en ellas de indocto? y más ¿qué no hay de
encerrada filosofía?[29]. El mismo trató con increíble variedad de muchas cosas
utilísimas para fundar la filosofía de la historia, ejercitar oportunamente la
dialéctica, establecer la concordia entre la razón y la fe.
Le siguió Orígenes, insigne maestro de la escuela de Alejandría, eruditísimo en
las doctrinas de los griegos y de los orientales, que publicó muchos y eruditos
volúmenes para explicar la SS. Escrituras y para ilustrar los dogmas sagrados;
obras que, aun con los errores que ofrecen en su estado actual, contienen
opiniones muy sólidas, con las cuales las verdades naturales aumentan en número
y firmeza.
Tertuliano combate contra los herejes con la autoridad de la SS. Escrituras; y
contra los filósofos, cambiadas las armas, filosóficamente, y les conviene tan
aguda y eruditamente que con la mayor claridad y confianza les dice: Ni en
ciencia ni en moralidad somos igualados, según pensáis vosotros [30]. También
Arnobio, en los libros publicados contra los herejes, y Lactancio, especialmente
en sus Instituciones divinas, se esfuerzan valerosamente por persuadir a los
hombres, con igual elocuencia que energía, de la verdad de los preceptos de la
sabiduría cristiana, no destruyendo la filosofía, como acostumbran los
Académicos [31], sino refutándoles, en parte con sus propias armas, y en parte
con las tomadas de la misma lucha de los filósofos entre sí[32].
10. Las cosas que sobre el alma humana, sobre los divinos atributos y sobre
otras cuestiones de suma importancia dejaron escritas el gran Atanasio y
Crisóstomo, el príncipe de los oradores, a juicio de todos sobresalen de tal
manera que parece no poderse añadir casi nada a su agudeza y expresión. Y para
no excedernos enumerando cada uno de los apologistas, al catálogo de los
excelentes varones ya mencionados añadimos Basilio Magno y los dos Gregorios,
quienes, formados en Atenas, emporio de las letras humanas, pertrechados por
completo con todas las armas de la filosofía, convirtieron todas aquellas
doctrinas, que con ardoroso estudio habían adquirido, en refutar a los herejes e
instruir a los cristianos.
Más parece que, entre todos, se llevó la palma Agustín, quien con su genio
poderoso e imbuido en la plenitud de las ciencias sagradas y profanas, luchó
acérrimamente contra todos los errores de su tiempo, con fe suma y no menor
doctrina. ¿Qué punto de la filosofía no trató y, aun más, cuál no investigó con
toda diligencia, ora cuando proponía a los fieles los altísimos misterios de la
fe y los defendía contra los furiosos ímpetus de los adversarios, ora cuando,
reducidas a la nada las fábulas de los maniqueos o académicos, colocaba sobre
tierra firme los fundamentos de la humana ciencia y su estabilidad, o indagaba
la razón del origen, y las causas de los males que oprimen al género humano?
¿Cuán sutiles doctrinas no discutió sobre los ángeles, el alma, la mente humana,
la voluntad y el libre albedrío, la religión y la vida bienaventurada, y aun
sobre la misma naturaleza de los seres contingentes?
Después de este tiempo, en el Oriente, Juan Damasceno, siguiendo las huellas de
Basilio y Gregorio de Nacianzo, y, en Occidente Boecio y Anselmo, continuando
las doctrinas de Agustín, enriquecieron muchísimo el patrimonio de la filosofía.
ESCOLÁSTICOS
11. Más tarde, los Doctores de la Edad Media, llamados Escolásticos, acometieron
una obra magna, a saber: reunir con suma diligencia las fecundas y abundantes
mieses de doctrinas, esparcidas por las voluminosas obras de los Santos Padres;
y, una vez reunidas, colocarlas como en un solo lugar para uso y comodidad de
los venideros.
Cuál sea el origen, la índole y excelencia de la ciencia escolástica, es útil
aquí, Venerables Hermanos, mostrarlo en mayor detalle con las palabras del
sapientísimo varón, Nuestro Predecesor, Sixto V: Por don divino de Aquél -único
que da el espíritu de la ciencia, de la sabiduría y del entendimiento, y que
enriquece con nuevos beneficios a su Iglesia en la sucesión de los siglos, y la
provee de nuevos auxilios, según lo reclama la necesidad-, fue hallada por los
más sabios de nuestros antepasados la teología escolástica, la cual cultivaron y
adornaron principalísimamente dos gloriosos Doctores, el angélico Santo Tomás y
el seráfico San Buenaventura, clarísimos profesores de esta Facultad... con
ingenio excelente, asiduo estudio, grandes trabajos y vigilias, y la legaron a
la posteridad, dispuesta óptimamente y desarrollada con brillantez en variadas
formas. Y, en verdad, el conocimiento y ejercicio de esta saludable ciencia, que
fluye de las abundantísimas fuentes de las SS. Escrituras, Sumos Pontífices,
Santos Padres y Concilios, pudo siempre proporcionar gran auxilio a la Iglesia,
ya para entender e interpretar verdadera y rectamente las mismas Escrituras, ya
para leer y explicar más segura y útilmente los Padres, ya para descubrir y
rebatir los varios errores y herejías; pero en estos últimos días, en que
llegaron ya los tiempos peligrosos descritos por el Apóstol, y en que hombres
blasfemos, soberbios, seductores, crecen en maldad, errando e induciendo a otros
al error, es en verdad sumamente necesaria para confirmar los dogmas de la fe
católica y para refutar las herejías[33].
Palabras que, si parecen abrazar solamente la teología escolástica, deben, sin
embargo, entenderse también de la filosofía y sus excelencias. Pues las
preclaras dotes que hacen tan temible a los enemigos de la verdad la teología
escolástica, como dice el mismo Pontífice, aquella ajustada y enlazada
coherencia de causas y de cosas entre sí, aquel orden y aquella disposición como
una formación de soldados en batalla, aquellas claras definiciones y
distinciones, aquella firmeza de los argumentos y de las agudísimas disputas en
que se distinguen la luz de las tinieblas, lo verdadero de lo falso, y las
mentiras de los herejes, envueltas en muchas apariencias y falacias, aparecen
manifiestas y desnudas como si se les quitase el vestido[34]; estas excelsas y
admirables dotes, decimos, se derivan únicamente del recto uso de aquella
filosofía que los maestros escolásticos, de propósito y con sabio consejo,
acostumbraron a usar frecuentemente aun en las disputas teológicas.
Además, siendo propio y singular de los teólogos escolásticos el haber unido la
ciencia humana y divina entre sí con estrechísimo lazo, la teología, en la que
sobresalieron, no habría obtenido tantos honores y alabanzas por parte de los
hombres, si hubiesen empleado una filosofía incompleta e imperfecta o ligera.
SANTO TOMÁS DE AQUINO
A) ORDENES RELIGIOSAS Y UNIVERSIDADES
B) ROMANOS PONTÍFICES
C) CONCILIOS - HEREJES
FALSAS TENDENCIAS
INTENTOS DE RESTAURACIÓN
12. Pero muy por encima de todos los Doctores escolásticos brilla Santo Tomás de
Aquino, como Príncipe y Maestro de todos; el cual, como advierte Cayetano, por
la gran veneración que tuvo a los antiguos Doctores sagrados, recibió como en
herencia la inteligencia de todos[35]. Sus doctrinas, como miembros dispersos de
un cuerpo, Tomás las reunió y congregó en uno, las dispuso con orden admirable,
y de tal modo las aumentó con nuevos principios que con razón y justicia es
tenido por singular defensor y honra de la Iglesia católica. -De dócil y
penetrante ingenio, de memoria fácil y tenaz, de vida integérrima, amante
únicamente de la verdad, riquísimo en la ciencia divina y humana, comparado al
Sol, animó al mundo con el calor de sus virtudes y lo iluminó con el resplandor
de su doctrina. No hay parte de la filosofía que no tratara aguda y a la vez
sólidamente: disputó de las leyes del raciocinio, de Dios y de las sustancias
incorpóreas, del hombre y de las demás cosas sensibles, de los actos humanos y
de sus principios; y todo ello de tal modo que no se echan de menos en él, ni la
abundancia de las cuestiones, ni la oportuna disposición de las partes, ni la
firmeza de los principios o la robustez de los argumentos, ni la claridad y
propiedad del lenguaje, ni cierta facilidad de explicar las cosas más abstrusas.
Añádase a esto que el Doctor Angélico indagó las conclusiones filosóficas en las
esencias y principios de las cosas, que se extienden con la mayor amplitud y
parecen encerrar en su seno las semillas de verdades casi infinitas que
oportunamente habrían de ser abiertas con fruto abundantísimo por los maestros
posteriores. Habiendo empleado también este método de filosofar para refutar los
errores, consiguió él no sólo haber vencido por sí solo todos los errores de los
tiempos pasados, sino también haber suministrado armas invencibles para refutar
los errores que se habían de suceder en los siglos venideros.
Además, distinguiendo muy bien la razón de la fe, como es justo, pero
asociándolas amigablemente, conservó los derechos de una y otra, proveyó a su
dignidad de tal suerte que la razón, elevada a la mayor altura en alas de Tomás,
ya casi no puede levantarse a regiones más sublimes, ni la fe puede casi esperar
de la razón más y más poderosos auxilios que los ya logrados por medio de Tomás.
A) ÓRDENES RELIGIOSAS Y UNIVERSIDADES
13. Por estas razones, hombres doctísimos, principalmente en tiempos pasados y
dignísimos de alabanza por su saber teológico y filosófico, buscando con
indecible afán los volúmenes inmortales de Tomás, se consagraron a su angélica
sabiduría no ya sólo para formarse con ella, sino para totalmente alimentarse de
ella. -Es un hecho constante que casi todos los fundadores y legisladores de las
Ordenes religiosas mandaron a sus hijos estudiar las doctrinas de Santo Tomás, y
adherirse a ellas religiosamente, disponiendo que a ninguno le fuera lícito
impunemente separarse, ni aun en lo más mínimo, de las huellas de tan gran
Maestro. Y, dejando a un lado la Orden de Santo Domingo, que con derecho
indiscutible se gloría de que es suyo este sumo Doctor, están obligados a esta
ley los Benedictinos, los Carmelitas, los Agustinos, los Jesuitas y otras muchas
familias religiosas, según lo manifiestan los estatutos de cada una.
Y, en este lugar, con placer indecible son de recordar aquellas celebérrimas
Universidades y Escuelas que en otro tiempo florecieron en Europa, a saber: la
de París, la de Salamanca, la de Alcalá de Henares, la de Douai, la de Tolosa,
la de Lovaina, la de Padua, la de Bolonia, la de Nápoles, la de Coimbra y otras
muchas. Nadie ignora que la fama de éstas creció en cierto modo con el tiempo y
que las sentencias, que se les solicitaban cuando se agitaban gravísimas
cuestiones, tenían mucha autoridad entre todos los sabios. Pues bien: cosa fuera
de duda es que en aquellos grandes emporios del saber humano, como en su reino,
dominaba como príncipe Tomás, y que los ánimos de todos, tanto maestros como
discípulos, descansaron con admirable concordia en el magisterio y autoridad de
solo el Doctor Angélico.
B) ROMANOS PONTÍFICES
14. Pero, lo que es más, los Romanos Pontífices, Nuestros Predecesores, honraron
la sabiduría de Tomás de Aquino con singulares elogios y testimonios amplísimos.
Pues Clemente VI[36], Nicolás V[37], Benedicto XIII[38] y otros atestiguan que
la Iglesia universal fue ilustrada con la admirable doctrina de Tomás; San Pío
V[39] confiesa que con la misma doctrina, confundidas y vencidas, las herejías
se disipan y el universo mundo es liberado cotidianamente de aquellos tan
pestíferos errores; otros, con Clemente XII[40], afirman que de sus doctrinas
dimanaron a la Iglesia católica abundantísimos bienes, y que él mismo debe ser
venerado con aquel honor que se da a los Sumos Doctores de la Iglesia, Gregorio,
Ambrosio, Agustín y Jerónimo; otros, finalmente, no dudaron en proponer en las
Universidades y grandes Escuelas a Santo Tomás como ejemplar maestro, a quien
debía seguirse con pie firme. Respecto a lo cual son muy dignas de recordar las
palabras del Beato Urbano V a la Universidad de Tolosa: Queremos, y por las
presentes os mandamos, que adoptéis la doctrina del bienaventurado Tomás, como
verídica y católica, y procuréis ampliarla con todas vuestras fuerzas [41].
Ejemplo de Urbano, que renovaron Inocencio XII para la Universidad de Lovaina
[42] y Benedicto XIV [43] para la Facultad de San Dionisio de Granada.
A estos juicios de los Sumos Pontífices sobre Tomás de Aquino añádase como
complemento el testimonio de Inocencio VI: La doctrina de éste [Tomás] aventaja
a las demás, exceptuada la canónica, en la propiedad de las palabras, en el modo
de la expresión, en la verdad de las sentencias, de tal suerte que nunca a
aquellos que la siguieron se les vio apartarse del camino de la verdad; y
siempre será sospechoso de error el que la impugnare [44].
C) CONCILIOS - HEREJES
15. También los Concilios ecuménicos, en los que brilla la flor de la sabiduría
escogida en todo el orbe, procuraron siempre tributar honor singular a Tomás de
Aquino. Puede decirse que intervino Tomás en los Concilios de Lyón, de Viena, de
Florencia y Vaticano, en las deliberaciones y decretos de los Padres y casi fue
su presidente, peleando con fuerza invencible y faustísimo éxito contra los
errores de los griegos, de los herejes y de los racionalistas.
Pero la gloria mayor y más propia de Tomás, alabanza nunca participada por
ninguno de los Doctores católicos, consiste en que los Padres de Trento, al
establecer el régimen interno del mismo Concilio, quisieron que juntamente con
los Libros de la Escritura y las Decretales de los Sumos Pontífices, se viese
sobre el altar la Suma de Tomás de Aquino, a la cual se pidiesen criterio,
argumentos y fórmulas.
Ultimamente, a varón tan incomparable estaba reservado también el obtener la
palma de conseguir homenajes, alabanzas, admiración aun de los mismos
adversarios del nombre católico. Pues averiguado está que no faltaron jefes de
las facciones heréticas que confesaron públicamente que, una vez quitada de en
medio la doctrina de Tomás de Aquino, podrían fácilmente entrar en combate con
todos los Doctores católicos, vencerlos y derrotar a la Iglesia [45]. Vana
esperanza, ciertamente, pero testimonio no vano.
FALSAS TENDENCIAS
16. Por esto, Venerables Hermanos, siempre que consideramos la bondad, la fuerza
y las excelentes utilidades de su ciencia filosófica, que tanto amaron nuestros
mayores, juzgamos, que se obró temerariamente, al no conservarla siempre y en
todas partes en el honor que le es debido; pues consta especialmente que una
prolongada práctica, el juicio de grandes hombres y, lo que es más, el "sentir"
de la Iglesia, favorecían a la filosofía escolástica. Y en lugar de la antigua
doctrina presentóse en varias partes cierta nueva especie de filosofía, de la
cual no se recogieron los frutos deseados y saludables que la Iglesia y la misma
sociedad civil habían deseado. Por un gran empeño de los Novadores del siglo XVI,
agradó el filosofar sin respeto alguno a la fe, y se reclamó y se concedió
mutuamente la libertad para excogitar cualesquiera cosas según el gusto y el
genio de cada uno. Por cuyo motivo fue ya fácil que se multiplicasen más de lo
justo los géneros de filosofía y naciesen sentencias diversas y contrarias entre
sí, aun acerca de las cosas fundamentales en los conocimientos humanos. De la
multitud de las sentencias se pasó con gran frecuencia a las vacilaciones y a
las dudas; y desde la duda, cuán fácilmente caer en error los entendimientos de
los hombres, no hay nadie que lo ignore.
Dejándose arrastrar los hombres por el ejemplo, el amor a la novedad pareció
también invadir, en algunas partes, los ánimos de los filósofos católicos; los
cuales, menospreciado el patrimonio de la antigua sabiduría, prefirieron, con
intención ciertamente poco prudente y no sin detrimento de las ciencias,
intentar cosas nuevas, en vez de aumentar y perfeccionar con nuevas las
antiguas. Pues esta múltiple regla de doctrina, fundándose en la autoridad y
arbitrio de cada uno de los maestros, tiene fundamento variable, y por esta
razón no hace a la filosofía firme, estable ni robusta como la antigua, sino
fluctuante y movediza, a la cual, si acaso sucede que se la halla alguna vez
insuficiente para sufrir el ímpetu de los enemigos, sépase que la causa y culpa
de esto reside en ella misma.
Y, al decir esto, no condenamos, en verdad, a aquellos hombres doctos e
ingeniosos que ponen su genio y erudición y las riquezas de los nuevos
descubrimientos al servicio de la filosofía: sabemos muy bien que con esto
recibe incremento la ciencia. Pero con gran diligencia se ha de evitar el hacer
consistir en aquel genio y erudición todo o el principal ejercicio de la
filosofía.
Del mismo modo se ha de juzgar de la Sagrada Teología, la cual conviene que sea
ayudada e ilustrada con los múltiples auxilios de la erudición; pero es de todo
punto necesario que sea tratada según la grave costumbre de los Escolásticos,
para que, unidas en ella las fuerzas de la revelación y de la razón, continúe
siendo defensa invencible de la fe[46].
INTENTOS DE RESTAURACIÓN
17. Con excelente consejo no pocos cultivadores de las ciencias filosóficas
intentaron -y continúan su intento-, en los últimos tiempos restaurar útilmente
la filosofía, renovar la preclara doctrina de Tomás de Aquino y devolverla a su
antiguo esplendor. Hemos sabido, Venerables Hermanos, que muchos de vosotros,
con gran valor habéis entrado animosamente por esta vía, y ello con grande
regocijo de Nuestro ánimo. A los cuales alabamos ardientemente y exhortamos a
permanecer en el plan comenzado; y a todos los demás, singularmente a vosotros,
os hacemos saber que nada Nos es más grato ni más apetecible como el que todos
suministréis con la máxima abundancia a la estudiosa juventud los ríos purísimos
de sabiduría que sin cesar manan de la riquísima fuente del Angélico Doctor.
RESTAURACIÓN DE LA FILOSOFIA DE SANTO TOMÁS DE AQUINO
MANDATOS Y CONSEJOS
"DIOS DE LAS CIENCIAS"
18. Los motivos que Nos mueven a querer esto con gran ardor son muchos.
-Primeramente, siendo costumbre en nuestroos días tempestuosos combatir la fe con
las maquinaciones y las astucias de una falsa sabiduría, todos los jóvenes, y
concretamente, los que se educan para esperanza de la Iglesia, han de ser
alimentados por esto mismo con el poderoso y robusto pábulo de doctrina, para
que, con enérgicas fuerzas y provistos de toda clase de armas, a tiempo se
acostumbren a defender con una gran sabiduría la causa de la religión,
dispuestos siempre, según la doctrina de los Apóstoles a satisfacer a todo el
que pregunte la razón de aquella esperanza que tenemos[47], y exhortar con la
sana doctrina y argüir a los que contradicen[48].
Además, muchos de los hombres que, por haber apartado su espíritu de la fe,
aborrecen las enseñanzas católicas, profesan que sólo la razón es, para ellos,
la única muestra y guía. Para sanar, pues, a éstos y volverlos a la fe católica,
además del auxilio sobrenatural de Dios, nada juzgamos más oportuno que la
sólida doctrina de los Padres y de los Escolásticos, los cuales demuestran los
firmísimos fundamentos de la fe -su divino origen, su infalible verdad, los
argumentos que la hacen creíble, los beneficios que ha prestado al género humano
y su perfecta armonía con la razón-, con evidencia y eficacia tan grande que
basta para doblegar los entendimientos, aun los más opuestos y recalcitrantes.
19. Por su parte, la sociedad doméstica y aun la misma sociedad civil, que en
peligros tan graves se encuentran, como todos vemos, a causa de la peste de tan
perversas opiniones, vivirían ciertamente más tranquilas y más seguras, si en
las Universidades y Escuelas se enseñase doctrina más sana y más conforme al
magisterio de la enseñanza de la Iglesia, tal como la contienen los volúmenes de
Tomás. Porque todo lo relativo a la genuina esencia de la libertad -hoy
degenerada en licencia-, al origen divino de toda autoridad, a las leyes y a su
naturaleza, al paternal y equitativo imperio de los Príncipes supremos, a la
obediencia a los gobernantes, a la mutua caridad entre todos; todo cuanto sobre
estas cosas y otras del mismo tenor enseña Tomás, tiene una robustez grandísima
e invencible para echar por tierra los principios del nuevo derecho, que son
peligrosos -bien patente está-, para el tranquilo orden de las cosas y para el
público bienestar.
Finalmente, de la restauración de las ciencias filosóficas, por Nos propuesta,
cabe prever y esperar un aumento y gran auxilio para todas las ciencias humanas.
Porque todas ellas acostumbraron así a tomar de la filosofía, cual ciencia
reguladora, la sana enseñanza y el recto método, como a sacar energía de
aquélla, cual de una común fuente de vida. La historia y una constante
experiencia demuestran cómo, cuando subsistió incólume el honor de la filosofía
y predominante su sano juicio, florecieron las artes liberales en su máximo
esplendor; pero cómo quedaron descuidadas y casi olvidadas, cuando la filosofía
decayó o enredóse entre ineptos errores.
Por lo cual, aun las mismas ciencias físicas, tan apreciadas hoy y tan
admirables por tantos inventos, que doquier conquistarían singular estima, pues
de la restauración de la antigua filosofía no han de recibir daño alguno, antes
bien recibirán gran defensa. Porque, para su fructuoso ejercicio e incremento,
no basta tan sólo el examen de los hechos y la mera observación de la
naturaleza, ya que de los hechos se debe ascender más alto y hay que investigar
profundamente para conocer la esencia de las cosas corpóreas, para descubrir así
las leyes a que obedecen como los principios de donde proceden su orden y unidad
en la variedad, y la mutua afinidad en la diversidad: investigaciones a las que
de modo admirable comunica gran fuerza, luz y auxilio la filosofía escolástica,
con tal de enseñarla con un sabio método.
MANDATOS Y CONSEJOS
20. Y precisamente aquí es donde conviene señalar la grave injuria con que se
afirma que la filosofía es contraria al progreso e incremento de las ciencias
naturales. Pues cuando los Escolásticos, siguiendo la doctrina de los Santos
Padres, enseñaron con frecuencia, en la antropología, que la inteligencia humana
solamente desde las cosas sensibles se eleva a conocer las cosas incorpóreas e
inmateriales, claramente entendieron que nada era tan útil al filósofo como
investigar con diligencia los arcanos de la naturaleza; y se consagraron al
estudio, intenso y continuo, de las cosas naturales. Lo cual confirmaron con su
conducta; pues Santo Tomás, el bienaventurado Alberto Magno y otros príncipes de
los escolásticos, no se consagraron a la contemplación de la filosofía, de tal
suerte que no pusieran un gran empeño en conocer las cosas naturales; y muchas
de sus afirmaciones y opiniones en este género de cosas las aprueban los
maestros modernos y las reconocen conformes con la verdad. Además, en nuestros
mismos días muchos y muy insignes Doctores de las ciencias físicas confiesan
llana y claramente que, entre las ciertas y aprobadas conclusiones de la física
más reciente y los principios filosóficos de la Escuela, no existe verdadera
pugna.
21. Nos, pues, mientras manifestamos que recibimos de buen grado y con gratitud
todas las doctrinas científicas y todos los célebres inventos, de cualquier
origen, a vosotros todos, Venerables Hermanos, con grave empeño os exhortamos a
que, para defensa y gloria de la fe católica, bien de la sociedad e incremento
de todas las ciencias, renovéis y propaguéis, cuanto posible sea, la áurea
sabiduría de Santo Tomás. Decimos la sabiduría de Santo Tomás; pues, si hay
alguna cosa tratada por los escolásticos con demasiada sutileza o enseñada
inconsideradamente, si hay algo menos concorde con las doctrinas comprobadas de
los tiempos modernos, o, finalmente, que de ningún modo se puede aprobar, de
ninguna manera está en Nuestro ánimo el proponerlo para que sea seguido en
nuestro tiempo.
Por lo demás, que maestros, elegidos inteligentemente por vosotros, procuren
imbuir en los ánimos de sus discípulos la doctrina de Tomás de Aquino, y pongan
de relieve su solidez y su excelencia sobre todas las demás. Las Universidades,
fundadas por vosotros, o que hubiereis de fundar, ilustren y defiendan la misma
doctrina y la usen para la refutación de los errores que circulan.
Mas, para que no se beba la supuesta doctrina en vez de la verdadera, ni la
corrompida en vez de la sincera, cuidad de que la sabiduría de Tomás se busque
en las mismas fuentes o al menos en aquellos ríos, que, según cierta y conocida
opinión de hombres sabios, han salido de la misma fuente y todavía corren
íntegros y puros; pero de los que se dicen haber procedido de éstos, y en
realidad crecieron con aguas ajenas y no saludables, procurad apartar los ánimos
de los jóvenes.
"DIOS DE LAS CIENCIAS"
22. Conocemos muy bien que Nuestros propósitos serán de ningún valor si a las
comunes empresas, Venerables Hermanos, no favorece benigno Aquel que en las SS.
Escrituras es llamado Dios de las ciencias [49], en las que también se nos avisa
que toda dádiva buena y todo don perfecto viene de arriba, pues desciende del
Padre de las luces [50]. Y además: Si alguno necesita de sabiduría, pídala a
Dios, que la da a todos con abundancia y a nadie zahiere, y le será concedida
[51].
También en esto sigamos el ejemplo del Doctor Angélico, que nunca se puso a
estudiar ni a escribir sin antes haberse hecho propicio a Dios por la oración;
por ello confesaba ingenuamente que todo cuanto sabía lo había adquirido no
tanto por su estudio y trabajo, cuanto por haberlo recibido divinamente: por eso
mismo todos nosotros roguemos, todos juntos, a Dios con oración humilde y
concorde que derrame sobre todos los hijos de la Iglesia el espíritu de ciencia
y entendimiento, y les abra la inteligencia para entender la sabiduría.
Y, para recibir de la divina bondad más abundantes sus frutos, interponed
también delante de Dios el patrocinio tan eficaz de la Virgen María, que es
llamada Silla de la Sabiduría, y tomad a la vez por intercesores al
bienaventurado José, purísimo esposo de la Virgen María, y a los grandes
Apóstoles, Pedro y Pablo, que con la verdad renovaron el universo mundo
corrompido por el inmundo cieno de errores y lo llenaron con la luz de celestial
sabiduría.
Por último, sostenidos con la esperanza del divino auxilio y confiados en
vuestra diligencia pastoral, a todos vosotros, Venerables Hermanos, a todo el
Clero y el pueblo encomendado a cada uno de vosotros, con todo amor en el Señor
os damos la Bendición Apostólica, augurio de celestiales dones y testimonio de
Nuestra singular benevolencia.
Dado en Roma, junto a San Pedro, el 4 de agosto de 1879, segundo año de Nuestro
Pontificado.
[1] Mat. 28, 19.
[2] Col. 2, 8.
[3] 1 Cor. 2, 4.
[4] De Trin. 14, 1.
[5] Clem. Alex. Strom. 1, 16; 7, 3.
[6] Orig. ad Greg. Thaum.
[7] Clem. Alex. Strom. 1, 5.
[8] Rom. 1, 20.
[9] Ibid. 2, 14-15.
[10] Orat. paneg. ad Origen.
[11] Vita Moys.
[12] Carm. 1, iamb. 3.
[13] Ep. ad Magn.
[14] De doctr. christ. 2, 40.
[15] Sap. 13, 1.
[16] Ibid. 13, 5.
[17] 2 Pet. 1, 16.
[18] Const. dogm. de Fide cath. cap. 3.
[19] Ibid. cap. 4.
[20] Ibid.
[21] Strom. 1, 20.
[22] Ep. ad Magn.
[23] Bulla Apostolici Regiminis.
[24] Ep. 143 (al. 7) ad Marcellin. 7.
[25] Const. de Fide cath. cap. 4.
[26] 1 Cor. 1, 24.
[27] Col. 2, 3.
[28] Ep. ad Magn.
[29] Ibid.
[30] Apologet. **** 46.
[31] Inst. 7, 7.
[32] De opif. Dei 21.
[33] Bulla Triumphantis an. 1588.
[34] Ibid.
[35] In 2m. 2ae., 148, 4 in fin.
[36] Bulla In ordine.
[37] Breve ad fratres ord. Praedicat. 1451.
[38] Bulla Pretiosus.
[39] Bulla Mirabilis.
[40] Bulla Verbo Dei.
[41] Const. 5a. d. d. 3 aug. 1368 ad Cancell. Univ. Tolos.
[42] Litt. in f. Brev. d. 7 febr. 1694.
[43] Litt. in f. Brev. d. 21 aug. 1752.
[44] Serm. de S. Thom.
[45] Beza-Bucerus.
[46] Sixtus V, Bull. cit.
[47] 1 Pet. 3, 15.
[48] Tit. 1, 9.
[49] 1 Reg. 2, 3.
[50] Iac. 1, 17.
[51] Ibid. 1, 5.
Actualizado: Domingo, 05 de Diciembre de 2004